mi
tía desenterró del armario
una
género blanco
que
parecía mantel.
Y
lo abrigó hasta la cintura
y
entre cuatro candeleros
lo
velamos
en
silencio.
Los
viejos amigos
con
el bastón en la mano
cercaron
el féretro
en
el centro
de
la sala.
Ya
no tenía la expresión descuidada y amigable
ni
se le notaba la espalda doblada por los años
ni
los dedos endurecidos
por
los estragos
de
la artritis.
Era
un hombre largo
bien
ataviado
y
bien rasurado
que
parecía iniciar un viaje
o
asistir al encuentro
de
un personaje
importante.
Ya
no era el rostro de aquel hombre
que
se pasaba los días
cueveando
los ríos
sacando
cangrejos y juilines
tal
como lo hiciera
en
Los Bajos
de
Lempa.
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